martes, 13 de abril de 2010
El novillero 'Atarfeño' murió de la cornada que le infirió 'Estrellito' en la antigua Plaza de Toros del Triunfo de Granada (Un poco de Historia)
Miguel Morilla Espinar 'Atarfeño', fue un novillero granadino nacido en Atarfe el 17 de noviembre de 1909, que murió con 25 años de una cornada mortal que le infirió el 2 de septiembre de 1934 el toro 'Estrellito', de la ganadería de Rufino Moreno Santamaría, en la antigua Plaza de Toros del Triunfo en Granada.
'Atarfeño' debutó con picadores en Priego de Córdoba en 1927 junto a 'Parrita' y el lucentino 'Parejito'.
El 17 de mayo de 1929 se presentó en Madrid como novillero consumado dejando una extraordinaria sensación entre los aficionados. Llevaba muy bien su carrera como torero hasta que llega el año 1934. El 2 de septiembre se anuncia su despedida como novillero en Granada, donde se encierra con seis novillos toros de la ganadería de don Rufino Moreno Santamaría. Su próxima actuación como matador iba a ser un mes más tarde, el 2 de octubre en la Plaza del Puerto Santa María, donde iba a tomar la alternativa de manos del mismísimo Juan Belmonte, pero el desafortunado 'Atarfeño' no pudo cumplir esta importante cita ya que murió esa tarde de su despedida como novillero. El soñado y ansiado doctorado no iba a tener a sus paisanos como testigos ya que estaba previsto en la plaza del Puerto de Santa María -nada menos que con el maestro Juan Belmonte de padrino- y por eso tal vez Miguel no dudó en encerrarse en su querida Plaza del Triunfo con seis astados grandes y cornalones. Era un gesto de paisanaje que pretendía ser también gesta importante, truncada fatalmente durante la lidia del segundo toro, cuando el citado 'Estrellito' berrendo en negro, gordo, grande y manso, que había llegado al último tercio con mucho poder y avisado, le corneó brutalmente en la ingle y le secciono la arteria femoral y la vena safena. Fue al darle el tercer pase de muleta, falleciendo a poco de entrar en la enfermería.
'Atarfeño' ganaba esa tarde mil duros y estrenó un terno azul y plata. El novillero Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente, despachó tres toros, pues al conocer el público la muerte del torero hizo que se suspendiera la corrida. Los astados de aquella tarde no eran todos del hierro anunciado de Rufino Moreno Santamaría, de Sevilla. Dos de ellos pertenecían a la ganadería de Julio Garrido de Vílchez, de Jaén. Estos dos últimos, desecho de tienta y cerrado, como los restantes, llevaban al parecer dos meses en los corrales de la plaza y 'Atarfeño', que confiaba poco en su juego, ordenó que no salieran al comienzo de la corrida. Quería el torero alcanzar el triunfo desde el primer toque de clarín y tenía más fe en poder hacerla con los novillos de Rufino Moreno.
Miguel Morilla, 'Atarfeño', que viste para la ocasión de azul celeste y plata, sale decidido. Está con enormes ganas y se deja notar en el que abre plaza, a pesar de que no puede hacer faena de orejas. Una vuelta al ruedo es el premio a su meritoria labor. 'Estrellito', segundo de la tarde, ya está en el ruedo. Manso y peligroso, toma cuatro puyazos y tres pares de banderillas. Miguel advierte las dificultades de su enemigo nada más instrumentarle un pase por bajo, según se relata en el periódico Ideal de la época que dedicó cinco páginas a la cogida y muerte del espada granadino: “Inicia 'Atarfeño' la faena de muleta con un pase por bajo y huye del toro; dos más después de buscado y cambia la espada con la que estaba haciendo la faena por la de muerte. Otro pase por bajo y al dar el segundo, delante del tendido uno, casi en el centro del redondel, el astado engancha al matador, metiéndole la cabeza entre las piernas. Tira el toro la cornada y el torero sale despedido por los aires; la res lo busca en el suelo y lo pisotea, rompiéndole la taleguilla. Hay un lío en los peones y, al fin, Jesús Fandila, en un rasgo de valentía, lo saca a rastras de los cuernos del toro. ‘Atarfeño’ se pone de pie y se sacude la taleguilla con ánimo de continuar, pero al verse el muslo manchado de sangre se apoya en el citado banderillero y se dirige hacia el más próximo burladero, desde el cual, en brazos de las asistencias, pasa a la enfermería, dejando un reguero de sangre por el callejón. La cogida ha producido una enorme impresión en el público que, desde el primer momento, se ha percatado de la importancia del percance”.
Miguel Morilla también fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la cornada. “Cogedme bien que me caigo”, le dice a Fandila y a su hermano José, que le ayudaron a levantarse. “Que me desangro, que me muero”, añade el torero. Un monosabio y el futbolista Pepe Carmona, íntimo amigo suyo, lo llevan hasta la enfermería, donde el doctor Francisco Fernández Cambil le opera inmediatamente en unas condiciones dramáticas. Del patetismo de la situación vivida en la enfermería ha quedado el testimonio gráfico de Torres Molina publicado en Ideal y en el que puede verse al diestro con la cabeza fuera de la camilla totalmente inclinada hacia atrás. La enorme pérdida de sangre hacía temer un fatal desenlace y se pretendía de esta forma que no dejara de circular el flujo sanguíneo por el cerebro. "Me derramo por la vegija, me muero", le comenta angustiado 'Atarfeño' a los médicos, que tratan desesperadamente de reponer la sangre y ligar las arterias y venas. “No hagáis nada, todo es inútil, quiero morirme para no sufrir más”, suplica el torero, que pide a los amigos: “Id por mi hijo corriendo. ¡Hijo mío!”. El niño estaba con su abuela materna en el hotel San Pedro y no pudo ver a su padre con vida.
'Atarfeño' moría instantes después, a las siete menos veinte de la tarde, rodeado de los médicos, de su ex apoderado, Vicente Benítez, de Joaquín Sabrás, catedrático en Madrid y amigo de Miguel, y del periodista Juan García Canet Juanito. En una habitación contigua se encontraban los hermanos del torero, su suegro y gran número de amigos y curiosos. También estaba en las dependencias de la enfermería el picador Francisco Embiz 'Chófer', lesionado por el tercer novillo y que esperaba, conmovido por el drama, asistencia médica. Años después, Francisco Embiz también pasaría a engrosar la lista de víctimas de la fiesta por un fatídico percance ocurrido en la Plaza de Toros de Málaga. El parte facultativo emitido por el doctor Fernández Cambil, jefe médico de la enfermería, define así la cornada: “Una herida en el tercio superior de la cara interna del muslo izquierdo que secciona los músculos aproximadores, arteria femoral, vasos colaterales y vena safena. Pronóstico gravísimo”.
El dictamen de la autopsia realizada por los forenses Francisco Sánchez Gerona y Damián Balaguer, con auxilio de los practicantes Molina de Haro y Olóriz, confirma la herida. Dice así: “La herida se encontraba en el tercio superior de la cara anterior del muslo izquierdo con dirección de abajo arriba y de dentro a fuera. Presentaba destrozos de los planos musculares e interesaba el paquete vásculo-nervioso de dicha región. La arteria y venas seccionadas causantes de la hemorragia intensa que originó la muerte aparecían todas ligadas. La herida tenía una longitud de 15 centímetros. Al abrir la caja torácica se aprecian los síntomas propios del colapso originado por la hemorragia”.
José Luis Entrala, autor de un formidable y extensísima trabajo sobre la vida y tragedia de Miguel Morilla 'Atarfeño', publicado en Ideal en 1988, analiza con gran rigor, a través de testimonios directos y de documentos escritos, las circunstancias que rodearon la muerte del torero granadino. Gracias a ello se ha podido saber que la situación en la enfermería se complicó notablemente ante la carencia de suero, que era necesario inyectar en grandes cantidades para suplir la falta de sangre. Los periódicos denunciaron que incluso faltaba la jeringuilla para inyectar el suero y que alguien fue corriendo a traerla a la Casa de Socorro, distante varios kilómetros de la Plaza del Triunfo. ¿Fue mortal de necesidad la herida de Atarfeño? ¿Existieron los medios oportunos para evitarla? ¿Tuvo el torero la asistencia debida? Las interrogantes han quedado despejadas con la prudencia, ambigüedad y reserva que un hecho así aconseja. Lo único que sí está claro es que aquella aciaga tarde del 2 de septiembre de 1934 murió un torero y se desvanecieron muchos sueños de gloria.
El mencionado José Luis Entrala llega a la conclusión de que, aparte del precario estado de la cirugía en 1934, 'Atarfeño' se debió encontrar con todo esto para poder salvarse: 1) Una enfermería mejor dotada, sin que faltaran suero y jeringuillas. 2) Un cirujano verdadero especialista, aunque la actuación del doctor Fernández Cambil fue de lo mejor que podía hacerse en aquel momento. 3) Los medios y las personas más adecuadas para hacerle una inmediata transfusión de sangre, ya que en aquella época no existía la sangre envasada, que hoy es obligatoria.
El tristemente célebre 'Estrellito' fue matado por el sevillano Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente. Necesitó de cinco pinchazos, media estocada y dos descabellos para acabar con el novillo, que fue pitado en el arrastre. Bulnes también lidió al tercero, de Garrido, que contra lo que auguraba 'Atarfeño' fue bravo y noble y aunque Epifanio no era ajeno al drama que se vivía en la enfermería, aún tuvo entereza de ánimo para matar al cuarto, de Moreno Santamaría, en el que dio la vuelta al ruedo. Cuando sale el quinto, de Garrido, la noticia de la extrema gravedad de 'Atarfeño' corre de boca en boca y llena de consternación los tendidos. El astado, manso, es condenado a banderillas de fuego y justo cuando 'El Cabezas' coloca un par, Miguel Morilla expiró en la enfermería. El presidente, Emilio Montalvo, decide la suspensión de la corrida. La tragedia se ha consumado. Al tiempo que los cabestros retiran del ruedo al toro, Bulnes y todos los componentes de la cuadrilla, rompen a llorar desconsoladamente camino de la enfermería. Ponce, Parrita, Payán, Mulillas, Gabriel Moreno, los hermanos Chavito… no aciertan a creer que Miguel, tan lleno de ilusión y vida una hora antes, sea el hombre que yace allí inerte, terriblemente pálido y con la angustia de la desesperación grabada en sus ojos.
Los terribles momentos que siguieron a la muerte del espada quedan fielmente reflejados en una breve semblanza publicada en Ideal: “Ha llegado la noticia de la muerte del diestro a la plaza. Ha sido un mozo de espadas quien la ha traído. Ha salido pálido y tembloroso. En el movimiento de sus labios, más que en las palabras, que no llegaron a salir de su boca, adivinamos toda la tragedia: ha muerto ‘Atarfeño’. Rápida, como estampido de rayo, ha volado de tendido en tendido la maldita noticia. Todo el público se ha puesto en pie; todos los lidiadores se han descubierto y la lidia se ha dado por terminada. Hemos penetrado en la enfermería. En una de las camas está Miguel Morilla. Está pálido, con una palidez muy oscura por la intensa hemorragia. Un pañuelo pretende inútilmente mantener cerrados los labios finos del gladiador”. “Me he separado del lecho. En mi rincón está, sucio de sangre y lágrimas, el traje del torero. Casi no puedo escribir y las notas se amontonan en el ‘block’ y no dicen nada pretendiendo decirlo todo. Allí, frente a lo que hace unas horas era el traje más vistoso de todos los luchadores, he comprendido toda la barbarie de la fiesta. El ídolo popular ha muerto. Ahora le toca el turno al romance, a la leyenda, a la copla..."
La capilla ardiente fue instalada en la misma enfermería, donde el cadáver de fue velado por sus amigos y por infinidad de aficionados de Granada y Atarfe.
Luisa Jiménez, la esposa de 'Atarfeño', mujer bellísima, residía con el torero en Madrid, donde se encontraba el día de la corrida. Supo de la cogida de Miguel el mismo domingo a través del apoderado del torero, Justo Amorós, con el que viajó esa misma noche en tren hacia Granada. Un largo viaje y una noche de pesadilla en la que Justo Amorós tuvo tiempo de ir preparando a Luisa -ignorante aún del triste final de Miguel- para lo peor. Ambos llegaron a Granada a las nueve de la mañana y minutos después Luisa se abrazaba al cadáver del torero presa de un ataque de nervios. Ni Luisa ni ninguna mujer -no era costumbre en aquella época- asistieron por la tarde al entierro. La llevaron directamente al Casino de Labradores de Atarfe, donde estuvo recluida en una de sus salones de la segunda planta. En Granada la salida del cadáver constituyó una impresionante manifestación de duelo, que se repetiría después cuando a las siete de la tarde, con todo el pueblo de Atarfe en la calle, el féretro con los restos del infortunado Miguel era conducido hasta el cementerio de su localidad natal.
Escenas de dolor se sucedieron a lo largo de todo el día, pero ninguna tan desgarradora como la que Luisa Jiménez protagonizó al salir al balcón del Casino y gritar desesperadamente mientras veía alejarse el cortejo fúnebre. Concepción Espinar Pinteño, la madre de Miguel, no pudo gritar su dolor porque, enferma de cáncer y postrada en cama, los familiares le ocultaron la noticia. El sábado, un día antes de la corrida, Miguel estuvo en casa de su madre y doña Concepción le dijo al torero: “Miguel, el dinero que ganes con esta corrida servirá para mi entierro; a lo mejor cuando vuelvas mañana me encuentras de cuerpo presente, pero no dejes de venir por si puedo abrazarte por última vez”.
Miguel, que tenía estipulado esa fatídica tarde un fijo de 6.500 pesetas, más un 5% de los ingresos brutos de taquilla -sus representantes cobraron algo menos de 10.000 pesetas- volvió a Atarfe, pero no pudo abrazar a su madre. Las palabras premonitorias de doña Concepción se habían cumplido, pero con los papeles cambiados. Relata José Luis Entrala lo que José, el hermano de 'Atarfeño', le contó muchos años después: “Mi madre no se enteró. Estaba muy enferma y no se lo dijeron. Pero como las campanas doblaban mucho, de hora en hora, mi madre le preguntó a mi mujer”. “¿Quien se ha muerto que tanto doblan? Un señor de Granada. Pues así será el señor ese, que hay que ver de que manera doblan todo el día”. A la mañana siguiente -sigue recordando José- le dijo mi madre a mi mujer: "Hay que ver el sueño que he tenido esta noche, que estaba yo en el balcón y he visto pasar un entierro muy grande, muy grande y la gente no hacía mas que mirarme”.
Tanto se le quería a este torero en Granada, que unos meses después de la tragedia se dio una función taurina a beneficio de la viuda y su hijo Miguelillo, que contaba año y medio. Se recaudaron 30.000 pesetas y con su importe se le compró una casa para la viuda y el huérfano poniendo la casa a nombre del niño.
Pero he aquí que al cabo de un año, cuando los granadinos casi se habían olvidado de la tragedia, saltó la sorpresa en los periódicos: María Luisa Jiménez, viuda de 'Atarfeño', se había hecho torera y se anunciaba su presentación en el mismo ruedo donde un año antes había encontrado la muerte su marido. La novillada estaba anunciada para el 4 de octubre de 1935 y con el nombre de Luisita Jiménez 'La Atarfeña', aunque ella era de Guadix. Alternaba en el cartel con Alfonso Ordoñez 'Niño de la Palma II' de Ronda y Enrique Millet 'Trinitario II' de Málaga.
'La Atarfeña' no vistió de luces aquel día sino con un traje de corto, con un pantalón negro ceñido y una chaquetilla blanca de piqué blanco. Era morena, delgada, muy guapa, con unos ojos negros rasgados que llamaban la atención, por lo que le pusieron el sobrenombre de 'La Pasionaria del Albaicín'. Su carrera taurina fue breve y con escaso éxito. Ella misma declaró que sólo quería torear para que sonara y no se olvidara el nombre de su esposo muerto. “Quiero mantener el fuego sagrado de su gloria” dijo la torera. Luisa Jiménez se hizo torera exclusivamente por amor a su marido muerto un año antes de una cornada. 'La Atarfeña' cosechó en aquella corrida un ruidoso fracaso, ya que no pudo terminar con el toro y fue sacada del ruedo en brazos de su cuadrilla compuesta exclusivamente por hombres, porque se mareó al parecer de miedo, según contaron los revisteros de la época.
'La Atarfeña' resistió poco más de un año en activo. Su última actuación tuvo lugar el 3 de mayo de 1936 en Guadix, su ciudad natal. Cosas de la vida, locuras de amor, ni más ni menos.
El domingo 5 de septiembre de 1976 el pueblo de Atarfe erigió un monolito de piedra de Sierra Elvira al torero local 'Atarfeño'. Según recogía Ideal en esos días, el monumento, un monolito de dura roca de Sierra Elvira de color gris y de más de dos metros de altura está asentado sobre una pequeña escalinata de tres peldaños también de esta piedra. En la parte superior lleva grabado un capote de paseo y la siguiente inscripción: “Atarfe, a su torero Miguel Morilla 'Atarfeño' 1909-1934".
Texto: El Zubi
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